Análisis
crítico de la obra, por Jean Valjean
Lo que debemos saber
Hoy lo sabemos, hoy que por fin sea firme una
crítica a todo finalismo, a toda teleología humana. Sin embargo, justamente por
esto, no cabe preguntarse otra cosa que sobre aquello que queda afuera de
nuestra mirada presente.
El ascenso del fetiche puro, el dinero, es también
isomórfico del ascenso religioso de toda creación humana. El retorno de lo
religioso en todos los ámbitos de la contemporaneidad puede considerarse la
derrota absoluta de toda resistencia a aquel ascenso.
Este ascenso, también doble movimiento, de la
personificación de la cosa y de autonomización de la idea, constituye, en
efecto, una dinámica social de lo creado. ¿No circulan hoy, en el espacio
comunicativo, no sólo eslóganes, imágenes publicitarias, sino juicios de valor,
ideologías?
Hace tiempo que el arte, inmerso de cabeza en los
nuevos tiempos, se orientó hacia el signo que encontramos delante de la imagen,
revelando el irremediable movimiento de ocultación de la materia tras los
mensajes y los mitos sociales que hablan de los objetos.
La reflexión resulta ahora doblemente paradójica:
¿no nos preguntábamos hace un siglo cómo salir de la alienación entre tanta
personificación de las cosas, en esa auténtica religión de la vida cotidiana?
¿Cómo, en esas condiciones, rescatar la materialidad de nuestra condición? ¿Y
no significaba esta respuesta, históricamente hablando, una cierta negación del
teoricismo que la descubrió como objeto?
¿No nos preguntamos hoy, ya no por el olvido del
individuo, sino por el olvido de toda objetividad, precisamente en un mundo de
objetos, en una vida social hiperobjetiva?
En definitiva, si la negación de una teleología
humana resulta hoy por primera vez factible, en cambio, toda toma de posición
contemporánea implica, retrospectivamente, una filosofía de la historia.
Lo que debemos apreciar
Ahora bien, todas estas hondas reflexiones que
indudablemente nos asaltan al contemplar una obra de arte contemporánea deben
tirarse a la basura si uno pretende encuadrar críticamente El Autómata.
Da la impresión de que los autores no reconocen
otro legado artístico que el DKW de dos tiempos. Estos nihilistas del nuevo
siglo deberían abrazar el multiculturalismo o algo semejante y dejarse de joder
con el gusto ajeno.
Dan ganas de desear fervientemente que la realidad
virtual sea un hecho y un hecho accesible a la mayoría de los habitantes del
planeta, antes de que nuestros autores se dediquen a la política o a algo peor.
La sociedad ya no reconoce otros valores ante tanta degradación. Ha pasado a considerar natutal el actual curso de las cosas. Se ha doblegado ante la masificación, la belleza pasteurizada, el simulacro resplandeciente de las nuevas artificialidades. Sólo así se entiende que una obra semenjante haya visto la luz.
Nuremberg,
junio de 2005